sábado, 21 de mayo de 2016

Florecimiento del niño interno. Lección x. (Kwan Yin)


Kwan Yin
Florecimiento del niño interno. Lección X.


Hermanos, les habla KWAN YIN.

Antes de iniciar me gustaría decirles algo:

Hoy recibimos a nuevos hermanos en este grupo. 

Quiero decirles, que ese simple hecho, hace que este día sea el más maravilloso que hemos vivido; tenerlos con nosotros es un gran honor y una gran alegría, porque representa un momento mágico en la vida de todos. Son pequeñas llamitas que de pronto se encienden en magníficos juegos; son pequeñas coronas que de pronto se ven rodeadas de piedras preciosas; son como pequeños botones que de pronto abren, majestuosos, sus pétalos y dejan escapar el aroma de sus corazones. 
Gracias por haber aceptado estar con nosotros.

Y, ahora, permítanme continuar con las lecciones del príncipe.

Como recordarán, el príncipe viajaba en su nave sumergido en esa grandeza que había descubierto de la Voluntad Divina. Sabedor que la Voluntad Divina se cumple tarde o temprano y que, si bien, los caminos de los seres no siempre están inundados de armonía y de paz, en realidad, la Voluntad Divina permite esas desavenencias para que, las lecciones que después son traducidas en principios universales, den, a cada uno de los seres, la grandeza de espíritu que necesita para descubrir las enseñanzas que se encuentran encerradas en esas experiencias.

El príncipe hallábase maravillado de ese magnífico descubrimiento; de ver cómo, el hombre, en el ejercicio de su libre albedrío, no hacía otra cosa que cumplir con los designios divinos, es decir: a pesar de que el hombre ejercía su derecho a decidir su vida, a fin de cuentas, todo eso estaba perfectamente incluido en el objetivo final de la Voluntad Divina. 

Veía, entonces, en magníficas escenas, cómo los astros evolucionaban hasta ver nacer humanidades en su superficie. Veía cómo, cada cosa, cada ser creado en el universo, proporcionaba una pequeña nota dentro de ese gran concierto de evolución que el plan divino había definido con tanta anticipación y, ante ese secreto que a sus ojos parecía el más grande de todos, su espíritu se hallaba inmerso en emociones nunca antes experimentadas.

Mientras tanto, en otro lugar del universo, un castillo, un rey

y una reina, sonreían tomados de la mano. 
En sus ojos se dibujaban las escenas de un hijo amado que había partido, tiempo atrás, en busca de 10 principios. 
Veían su nave y veían la grandeza de ese espíritu que animaba el cuerpo de su hijo, lo veían grande y sabio y sus corazones se llenaban de paz y de felicidad. El rey comentó:

- Creo que ya es hora de mandar nuestro presente.

- Estoy de acuerdo contigo amado mío, contestó su reina, es el momento de que le enviemos el regalo.

Y, diciendo esto, subieron hasta su alcoba y tomaron un pequeño cofre de cristal oscuro que habían guardado para una ocasión especial. Se acercaron a la ventana de su castillo y, tomándolo en sus manos, abrieron la tapa del cofre. 

Sus pensamientos volaron hasta donde se encontraba su hijo y le dijeron:

- Recibe, ahora, el secreto de los secretos con todo nuestro amor, y del cofre salió, flotando, una pequeña estrella y se dirigió, rauda y veloz, hacia donde el príncipe se encontraba. 

A su paso, la estrella, iba dejando pequeñas chispas de luz simulando un cometa luminoso con una cauda de estrellas.

Mientras tanto, el príncipe, había escuchado las palabras de sus padres, sentía un amor profundo hacia ellos, un amor que había cambiado, de aquél que sentía cuando iniciara el viaje. En aquel entonces, su amor estaba lleno de admiración por sus padres, los veía tan grandes y tan sabios y él tan pequeño y tan inexperto, que su amor era más bien veneración. 

Ahora, después de todo lo que había pasado, entendía el verdadero amor, aquél que nacía de los espíritus grandes, aquél que nace de la comprensión de saber que todos somos iguales, de saber que cada uno es Dios en potencia, de saber que somos uno con todos y con todo. Su amor estaba lleno de gratitud, no únicamente a sus padres, sino al Dios infinito que le permitía entender sus secretos y sus leyes, que le permitía asomarse a esos misterios que, por tanto tiempo, rodearan a la creación, ante sus ojos.

Estaba en posesión de 9 principios, sabía que sólo faltaba uno. Cuando oyó del regalo, cuando supo el secreto de los secretos, ya no había en él la ansiedad que experimentara al inicio de su viaje, no había en él ni curiosidad, ni deseos, ni ninguna emoción, salvo aquella de sentirse uno con el universo, de saber que la Voluntad Divina se iba a cumplir a pesar de él mismo, de saber que no importara lo que pasara, de todas formas él llegaría a conocer todos los secretos del universo. 

Internamente sólo había paz, armonía y unidad con todos los seres de la creación. Pudo ver, con su mente, a esa estrella que se acercaba a su paso, pudo seguirla y se regocijaba observándola en toda su maravillosa existencia. 
El vuelo majestuoso que hacía mientras surcaba los espacios, el polvo de estrellas que iba derramando con su cauda le pareció algo infinitamente bello y sabía que venía hacia él.

Las emociones experimentadas eran tan grandes que su cuerpo le parecía infinitamente pequeño para encerrar esos sentimientos que lo embargaban. 

Dejó que su espíritu se expandiera, fundió su mente con todo el universo y, de esa manera, pudo, entonces retornar a esa paz y armonía total, esperó sin prisas a que la estrella terminara su viaje y, cuando hubo llegado, la estrella se posó frente a él e inesperadamente se sumergió en su frente.

Un chispazo de luz inundó todo; su mente, no fue otra cosa que una expansión finita de luces, sonido, música, aromas, vibraciones, todo creció de manera instantánea. 

Quiso pensar y sus pensamientos fueron luz, vibraciones, armonía, sonidos y colores. Quiso preguntarse quién era él y su voz se multiplicó en cada estrella, en cada sol, en cada ser del universo, su pregunta la hicieron instantáneamente millones de seres en todo el universo. Quiso moverse y se vio convertido en sol y, al mismo tiempo, en planetas girando a través del sol. 
Se vio en insecto y se vio en planta, se vio en la lluvia que caía, en el río que se escurría y en el mar que permanecía en calma. Quiso hablar y oyó el sonido de los vientos soplando a través de las selvas, el rumor del agua cuando salta entre las piedras; oyó el canto de los pájaros en los amaneceres primaverales; oyó el rumor del agua al convertirse en cascada y romper las duras rocas de la tierra; oyó el silbido de los cometas al pasar cerca de los planetas habitados.

Tal grandeza lo embargaba. Algo, como una palabra diciendo, gracias, quiso salir de su pecho y observó galaxias en colisiones cósmicas, explosiones de estrellas convertidas en supernovas, átomos fundiéndose, niños naciendo, flores abriéndose y, entonces, entendió el secreto de los secretos. 

Sus pensamientos eran el eco de la creación, sus acciones eran las acciones de Dios mismo, todo su ser estaba en unidad con Dios, se había convertido en una extensión de Dios.

Ahora, más que nunca, se sentía parte de ese maravilloso Dios que había creado todo lo existente, ahora sabía, que el secreto de los secretos era, que Dios mora en cada uno de sus hijos, no había forma de expresar eso, no había manera de agradecer, las palabras sobraban, las emociones, igualmente, sobraban, acababa de conocer el último secreto.

Sumergido como estaba, en esas emociones, abrió sus ojos de pronto y se encontró nuevamente con sus padres. Ahí estaban ellos frente a él y lo miraban con una dulzura infinita, sus ojos penetraban dentro de los suyos, su padre y su madre estaban dentro de él y él estaba dentro de ellos. Oyó que su padre le dijo:

- Bienvenido hijo mío, y su madre que le decía:

- Hijo mío, te esperábamos para emprender el viaje.

Sin pensarlo, el príncipe los abrazó e inconscientemente dijo:

- ¿Cuál viaje madre mía, a dónde iremos?. Y sus padres contestaron:

- ¿Tiene eso alguna importancia?.

Una gran luz inundó los 3 cuerpos, fundidos en un abrazo, y partieron en un viaje que no tenía destino.

Hermanos míos, con esto damos por terminada la historia del príncipe. En la siguiente sesión cerraré esta serie con unas palabras finales.

Por ahora dejo en ustedes mis bendiciones y mi deseo de que la luz que hoy se ha hecho en cada uno de ustedes, permanezca eternamente encendida en sus caminos por las creaciones del espíritu.

Que así sea.

DOMINGO 28 DE FEBRERO DE 1993 - 8:00 A.M.
MENSAJE RECIBIDO A TRAVES DEL HERMANO JESUS ALONSO GONZALEZ F.
SEGUNDA PARTE. Décima lección - FLORECIMIENTO DEL NIÑO INTERNO.
 

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